Friday, January 27, 2012

Olvido

27 de enero de 2012

La letra del alma
Escrita en tu frente
Como un triste viento
Abre sus brazos
De árbol eterno,
y me dice
En silencio
Que el sino del hombre
-vitácora amarga-
se ha escrito ya,
hace tiempo
en tu piel y en mi piel
y en la de todos los hombres
allí donde duele
para no recordar.

Friday, January 6, 2012

Canto Celeste

6 de enero de 2012

En la música que nos gusta se refleja el talante de nuestra alma. La música da lumbre al fuego de nuestra conciencia y nuestra inconciencia, enciende nuestro corazón y da sentido a nuestra existencia; le da un lugar en el espacio y en el tiempo; la eleva por encima de cualquier obstáculo o la encierra en una celda oxidada.

La música que nos gusta nos redime o nos destruye, nos permite nacer y renacer, o morir y volver a morir, una y mil veces. Y todo esto ocurre, sólo para que podamos encontrarnos en cada ocasión con nuestro yo-pretérito, con aquel que dejamos de ser (sin saber), pero que seguimos siendo en el fondo de la conciencia, del espíritu, de la llama azul y celeste que habita en nuestro centro.

La música es pura y santa; no miente. La música toca la puerta de nuestro pecho desde fuera y desde adentro. La música es como una marejada de fuego y llanto, que nos desnuda y domina, con la transparencia hipnótica y azulada de su lumbre o con el brillo diamantino de sus lágrimas de plata.

Ahora bien, me pregunto: ¿De qué color es mi alma? ¿Cuál es su carácter? ¿Qué me dice la música sobre ella?¿Será posible descifrar la naturaleza de mi corazón, alma o conciencia – como quiera que se le prefiera llamar – con sólo observar con atención la música que me rodea?

La primera pieza del rompecabezas de mi alma tiene nombre propio: salsa. La salsa ha formado parte de mi vida por más de quince años con tanta intensidad que sería imposible para mí vivir sin ella. Las canciones de Héctor Lavoe, Roberto Roena, La Sonora Ponceña, Willie Colón y Cheo Feliciano le han dado forma a mi vida: cada nota de su música ha sido convertida en cincel, cada clave en martillo y cada estribillo en hacha y machete.[1] Por ahora sólo me referiré en este punto a Lavoe.

Mi vida y la de Lavoe no tienen mucho en común, pero la conexión emocional de mi vida con la suya es infinita. El canto de Lavoe hace vibrar cada fibra de mi cerebro hasta el delirio; su arte, literalmente, me rompe el alma. Mi espíritu nostálgico mucho le debe a la música de Lavoe. El día en que yo muera quiero que sea escuchando su música (y la de  mi madre). La voz de Lavoe es para mí como la voz de un ángel nostálgico y triste, que espera la llegada de los hombres sentado en las puertas del cielo. Sí, el día en que yo muera quiero que me despida de este mundo la voz de Lavoe cantando Todo Tiene su Final.[2]

De alguna forma, la voz de Lavoe, al igual que la música y el trombón de Willie Colón, son la condensación del alma latinoamericana: tosca, burda, machista hasta el ridículo, cándida, pasional, sublime, católica en la violencia y simultáneamente buena, dócil y crédula hasta la imbecilidad.

Después de Lavoe, aunque no demasiado lejos, otros episodios de música nostálgica han acompañado los últimos 15 años de mi vida como el más noble arrullo. El Guaguancó del Adios (Roena)[3], Marejada Feliz (Roena)[4], Boranda (Sonora Ponceña)[5], son otras canciones de salsa que han acompañado cada instante de mi vida, pero dejaré hasta acá mi referencia a la salsa.

La segunda pieza del rompecabezas, también tiene nombre propio: (continuará)