Thursday, November 25, 2010

La nariz

LA NARIZ
11 de septiembre de 2005

La prominente nariz del Sr. Ellington, colorada como un camarón, parecía estirarse y aspirar, como queriendo percibir un aroma distinto al que expelía su pobre dueño, muerto hacía poco, y que ahora yacía apaciblemente, en un gran cajón. Su objetivo sin embargo, se vio truncado por una mano regordeta y extraña, la de una mujer, que pretendía cerrar el ataúd. Solo restaba por cerrar la apertura por la cual se veía la cara del finado, con tal mala suerte, que al correr la tapa bruscamente, la misma rebotó contra la inmensa nariz con tal fuerza, que las bisagras que la sostenía se rompieron.

La nariz por su lado, adolorida, se estiraba y miraba confundida alrededor. En aquel instante llegaron unos hombres en auxilio de la dama, que consternada miraba a la gran nariz. Intentaron nuevamente cerrar el ataúd, aunque esta vez con mayor prudencia. Lo fueron cerrando lentamente, hasta que la tapa del mismo entró en contacto con la testaruda nariz. Se dieron cuenta entonces, que ésta era tan grande, que difícilmente podría cerrarse por las buenas el cajón. Vieron además, que el féretro era tan pequeño, que cambiar de dirección la cabeza del muerto sería imposible. Así que optaron por cerrar el sarcófago de roble por la fuerza. Empezó el Sr. Carlón, por empujar levemente la tapa del ataúd contra la pobre nariz, bien fuera para espicharla un pocotón, o bien para torcerla un “poquitín”.

Pero todo fue en vano, así que acudió el hermano del difunto, y entre los dos empujaron con violencia la tapa. Al ver que no servía, la Sra. Ellington, quien andaba por ahí, también colaboró con sus manos rechonchas a cumplir con la difícil labor. Los tres hacían una presión descomunal sobre la pobre nariz que se resistía valerosamente a ser enterrada viva. Primero se movía a la derecha, después a la izquierda, luego se sonaba, después sorbía, e iniciaba nuevamente su estrategia. Los asistentes al velorio admiraban el patético espectáculo con resignación. Algunos se ofrecían a ayudar, otros se quejaban, un niño lloraba neciamente, una señora colaboraba ya en quitar una corona de claveles que cubría la parte inferior del ataúd para facilitar la labor de los guerreros.

Para ese momento nuestra nariz ya lloraba desesperada y elevaba una plegaria a Dios, para que acudiera en su ayuda. Pero nada, Dios nunca se acuerda de las narices; continuaba la misma presión, el mismo desprecio, la misma intención asesina y despiadada de la regordeta, del despeinado Carlón, y del fratricida de narices con mal aliento, David. Nuestra nariz, morada como una uva, exhausta pero ardiendo de deseos de vivir continuaba la batalla. Los tres homicidas, por su parte, también proseguían su labor. Ahora Carlón se ayudaba de su pie, que había encaramado al ataúd para aumentar la presión, y si era necesario partir la nariz en dos. Y en efecto, así ocurrió, la nariz astillada, comenzó a sangrar, y el noble escarlata de su cuerpo, dio un último y tibio bañó al Sr. Ellington.

Pero ¡Ay de la nariz ! No sirvió de nada su lesión, la nueva posición de los huesos fracturados no hizo más que reforzar su perpetua obstinación.

Desesperados ya sus contrincantes, recurrieron sin piedad a la más desmedida brutalidad. Tomaron un serrucho que algún amigo había traído, y empezaron a serruchar la nariz desde su base, para arrancarla de una buena vez. La nariz convulsionaba, gemía y asustada se movía espasmódicamente. Su dolor era infinito y sabía que el fin estaba cerca. Olía su propia sangre, y ya el olor del muerto no importaba, ya nada importaba. ¡Así le pagaban a la nariz de quien tanto se suponía que habían amado!

Pero Dios es justo, y por fin cedió la última membrana, y arrancada la nariz fue abandonada en una esquina del salón. Desde allí, agonizante, observó cómo por fin, victoriosos, sus victimarios cerraban el ataúd, que en el último instante de lucha había caído aparatosamente al suelo. También vio cómo lo alzaban en hombros y lo sacaban del lugar. A medida que se iban alejando, la nariz transpiró una última lágrima y finalmente expiró.

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