Thursday, November 25, 2010

La nueva edad media según Berdiaeff

LA NUEVA EDAD MEDIA DE BERDIAEFF
1 de abril de 2005

Debo admitir que no sé absolutamente nada ni del autor ni de su obra, excepto dos cosas: La primera, que es un ruso, en el sentido más sublime de la palabra; y la segunda, que es un místico; si es que las dos cosas no son lo mismo.

Berdiaeff es según mi parecer, la encarnación del espíritu ruso por antonomasia. Su alma es eternamente melancólica, nostálgica, tenue, gris, invernal, pero iluminada por una religiosidad imperecedera y eterna; una religiosidad y un misticismo que no es simplemente cristiano, sino que logra construir una idea del cristianismo mucho más sublime de lo que durante siglos fue para occidente. Su cristianismo, el cristianismo ruso, es mucho más sublime debido a dos circunstancias: la eterna piedad e ingenuidad del alma eslava, naturalmente inclinada al dolor, a la resignación y a la esclavitud; y la aureola de opacidad religiosa de la geografía de la madre patria Rusia. Berdiaeff es en cierto modo, un Akakiy Akàkievich, (el protagonista de El capote), cuya alma está sellada por la desgracia. El espíritu de los dos, es en el fondo, idéntico. Es el espíritu del pueblo ruso, predispuesto al sufrimiento, a la obediencia y a una particular percepción de un Dios, que a pesar de haberle abandonado, de todos modos ama, y no puede dejar de amar, porque en medio de su inacción, de su desdén, -así sea de espaldas-, ese Dios siempre está presente.

Es Berdaieff, en verdad, un auténtico místico. El no busca regresar el estado del mundo y de la modernidad a lo que existía antes de ella, sino que pretende superar dicho período histórico con un salto no solo ideológico, sino en esencia, espiritual, del hombre, que le permita descubrir una vez más, -aunque en una nueva forma-, su fuerza creadora, que solo puede encontrar una verdadera y trascendente inspiración en la creencia de una existencia eterna y de un dios incomprensible, absoluto y omnipotente. El hombre solo puede reencontrar su destino a través de un retorno a su “yo” espiritual. Para Berdiaeff la modernidad está acabada. Se ha agotado. Ha fracasado. El holocausto nazi es la prueba más clara de ello. El mito del progreso ha sido desenmascarado, y la tragedia del Gran Inquisidor y el nihilismo ha triunfado, siendo la guirnalda de su triunfo la crucifixión de la humanidad. Pero a diferencia de la crucifixión de Cristo, esta crucifixión no tiene nada de eterno, de sublime, de glorioso. Esta muerte es en verdad un ahorcamiento. Sin vía crucis y sin gloria. Solo con dolor. Pero con un dolor insensato e inútil. Con el dolor del ser que sabe que le van a colgar, y que tiene la perfecta conciencia de que NO HAY un mundo más allá. El dolor de los Siete Ahorcados. El dolor de un cuello fracturado y un alma putrefacta (o inexistente).

La modernidad es para el autor, en suma, la responsable del fracaso del hombre de hoy. No es posible en nuestros tiempos el nacimiento de un Miguel Angel o de un Leonardo. Si bien estos hombres fueron unos de los pilares del humanismo renacentista, su obra siempre estuvo inspirada por la religiosidad característica del medioevo, época que Berdiaeff considera como la cuna de la verdadera grandeza del hombre. Si bien éste autor no hace referencia expresa a Erasmo, me atrevo a decir que dicho pensador resume en su propia existencia el prototipo de hombre del renacimiento, que sin abandonar sus ideales humanistas, sigue alimentando su intelecto del manantial del cristianismo puro.

Pero el humanismo y el proyecto de la modernidad debían necesariamente perecer. Su ideal no podía ser menos que autodestructivo. El racionalismo, el positivismo, la fe ciega en el progreso de la ciencia y la tecnología, el avance del maquinismo, en fin, todos estos factores no lograron algo distinto a alejar al hombre de la fe en una existencia más elevada, hacerlo perder la fe en la existencia de su propia alma, y en la existencia de Dios, y al final de cuentas, perder la fe en sí mismo. El hombre sin Dios no es hombre. El hombre necesita tener fe en algo que justifique su propia existencia. Pero la fe creada por Nietzsche en la aparición del superhombre y la fe del marxismo en una forma de organización política y social superior, no son suficientes para darle sentido y trascendencia a la existencia humana.

Es importante aclarar en este punto, que en todo caso Nietzsche, a pesar de negar la modernidad[1], es a fin de cuentas, el último y tal vez el más acabado, feliz y tristemente celebre eslabón de la modernidad: Reniega de la modernidad, del cristianismo y también, paradójicamente, de una existencia trascendente y espiritual del hombre y le reduce a la condición de un animal sediento de dominación y poder. El cristianismo es perverso según dicho filósofo, porque hunde las raíces del hombre en la debilidad. Anula su virtud. La única virtud que debe prevalecer, es la virtud como se entendía ésta durante el renacimiento: la “virtù”, la virtud sin moral, o mejor, amoral.

Según el pensador alemán, el débil debe perecer: “El primer principio de nuestro amor a los hombres es que los débiles y los fracasados han de perecer, y que además se les ha de ayudar a que perezcan”.[2] No es de extrañar entonces que algunos autores señalen a Nietzsche como inspirador del fascismo, especialmente teniendo en cuenta la admiración que le profesaba Mussolini, y que se hizo conocida en una famosa entrevista que le realizara Emil Ludwig en 1932.

En todo caso, lo cierto es que según Berdiaeff, ni la fe en un tipo de hombre superior de Nietzche, ni la fe en un nuevo hombre proletario, propia del comunismo, son capaces de dar una respuesta al vacío espiritual del hombre de la modernidad, que cada vez se hunde más en el abismo de un mar social de relaciones humanas atomizadas, de seres incrédulos y perdidos en un universo, que a pesar del progreso de la ciencia, siguen sin comprender.

La oposición entre Nietzsche y Berdiaeff es clara. Mientras que para el primero las ideas de inmortalidad del alma, de juicio final, de más allá y de alma, han sido durante siglos instrumentos de dominación, para el segundo dichos conceptos no son herramientas de opresión, sino potenciadores de la capacidad creativa del hombre y bálsamos curativos de su espíritu.

La pregunta que uno se puede hacer entonces es: ¿quién tiene la razón?

¿Es preferible defender la tesis del autor ruso, anteponiendo a la luz de la verdad, el calor augusto de la santidad y la religión? ¿O es en cambio preferible defender el instinto y la verdad a cambio de la vacuidad espiritual del ser humano? Cada quien decide.

Creo que la mayoría de los rusos se quedaría del lado de Berdaíeff y la mayoría de los alemanes del lado de Nietzche. Rusia y Alemania, un staretz y un teutón: Una contradicción irreconciliable.

En cuanto a mí respecta, mi alma se inclina hacia la posición de Berdiaeff, pero mi ser político y racional me conduce a la posición de Nietzsche: he aquí otra antinomia insalvable.

[1] NIETZSCHE, Friedrich. El Anticristo. Edimat Libros. España. 1998. Pg.31.
[2] NIETZSCHE, Friedrich. El Anticristo. Edimat Libros. España. 1998. Pg.30.

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